Tristezas de la luna

Esta noche la luna sueña con más pereza, 
Cual si fuera una bella hundida entre cojines 
Que acaricia con mano discreta y ligerísima, 
Antes de adormecerse, el contorno del seno. 
Sobre el dorso de seda de deslizantes nubes, 
Moribunda, se entrega a prolongados éxtasis, 
Cuando sobre este globo, con languidez ociosa,
Ella deja rodar una furtiva lágrima, 
Un piadoso poeta, enemigo del sueño, 
De su mano en el hueco, coge la fría gota 
como un fragmento de ópalo de irisados re£ejos. 
Y la guarda en su pecho, lejos del sol voraz.

El amor y el cráneo

Viñeta antigua
El amor está sentado en el cráneo
de la Humanidad,
y desde este trono, el profano
de risa desvergonzada,
sopla alegremente redondas pompas
que suben en el aire,
como para alcanzar los mundos
en el corazón del éter,
estalla y exhala su alma delicada,
como un sueño de oro.

Y oigo el cráneo a cada burbuja
rogar y gemir:

—Este juego feroz y ridículo,
¿cuándo acabará?
Pues lo que tu boca cruel
esparce en el aire,
monstruo asesino, es mi cerebro,
¡mi sangre y mi carne!

 
 
 
 

Sensación

En las azules tardes de verano, deambularé por los senderos herido por el trigo, pisando la fina hierba:
soñador, sentiré el frescor en mis pies,
dejando que el viento acaricie mi desnuda cabeza.

Enmudeceré y mis pensamientos se desvanecerán:
Pero el infinito amor permanecerá en mi alma,
e iré lejos, muy lejos, bohemio y pensativo
por la naturaleza, dichoso como una dama.

 
 
 
 

Te ofrezco

Te ofrezco entre racimos, verdes gajos y rosas,
Mi corazón ingenuo que a tu bondad se humilla.

No quieran destrozarlo tus manos cariñosas,
Tus ojos regocije mi dádiva sencilla.

En el jardín umbroso mi cuerpo fatigado
Las auras matinales cubrieron de rocío;
Como en la paz de un sueño se deslice a tu lado
El fugitivo instante que reposar ansío.

Cuando en mis sienes calme la divina tormenta,
Reclinaré, jugando con tus bucles espesos,
Sobre tu núbil seno mi frente soñolienta,
Sonora con el ritmo de tus últimos besos.

 
 

 

Aparición

La luna se entristecía. Serafines llorando sueñan, el arquillo en los dedos, en la calma de las flores
vaporosas, sacaban de las lánguidas violas
blancos sollozos resbalando por el azul de las
corolas.

Era el día bendito de tu primer beso.
Mi ensueño que se complace en martirizarme se embriagaba sabiamente con el perfume de tristeza
Que incluso sin pena y sin disgusto deja el recoger de su sueño al corazón que lo ha acogido.

Vagaba, pues, con la mirada fija en el viejo enlosado, cuando con el sol en los cabellos,
en la calle y en la tarde, tú te me apareciste sonriente,
y yo creí ver el hada del brillante sombrero, que otrora aparecía en mis sueños de niño mimado, dejando siempre, de sus manos mal cerradas, cien blancos ramilletes de estrellas perfumadas.